Pertenecemos a un entorno al que nos gusta comer y beber bien, más que a un tonto una tiza y, afortunadamente a día de hoy, nos podemos permitir darnos algún que otro “homenaje”, aunque a veces llamemos homenaje más al hacer acto de presencia en el restaurante que en el verdadero disfrute de la jornada.
Sin embargo, existen numerosas ocasiones, como en todo, en las que los gustos de unos y otros chocan. Desde mi punto de vista, los homenajes gastronómicos de los que hablo deben realizarse de forma espaciada, para permitir a nuestro estómago -y la cartera- recuperarse del tembleque que le entra. Hay que permitir que el paladar y el estómago se recuperen y no pierdan el placer de la degustación, puesto que si se cae en la rutina de homenajearse continuamente, llega un momento en que se pueda llegar a acabar hastiado. Y de lo que se trata es de disfrutar del placer de la buena mesa, no de relatar nuestras aventuras gastronómicas, como si fueran muescas en la pistola.
En ocasiones se sufre de la intolerancia gastronómica. Suele ocurrir que en las jornadas que se organicen hay que aprovechar el conocimiento y la experiencia de otros para enriquecer la nuestra propia, pero aparece algún elemento discordante -ajeno o propio al grupo-, que hace uso de un cierto fundamentalismo, como cuenta el blog del marketing, donde impongan su criterio al de los demás, sin tener en cuenta que lo que puede ser bueno para uno no tiene por qué serlo para los demás.
También existe el defecto de pensar que los platos y vinos más caros son, por fuerza, los mejores, error de bulto que se comete continuamente a la hora de elegir el menú (ver nota 1), en vez de dejarse llevar por la apetencia del momento, alguno se deja llevar por la supuesta valoración calidad-precio.
(Nota 1: es de todos sabido que los precios también parece que van en consonancia con la longitud del nombre del plato, hay que hacer ingeniería lingüística para llamar un entrecot con guarnición, con veinte palabras, rico está, pero…)
Es necesario alternar los tipos de cocina, no todo debe ser “haute cocine”, porque quién no disfruta de un buen huevo frito casero. Alternar comidas caseras, tengamos o no la suerte de tener un/a buen/a cocinero/a a mano, enriquecerá nuestro disfrute de nuestro placer en la buena mesa al permitirnos descansar de tanto homenaje.
En desacuerdo con el post, la vida hay que vivirla a tope, que son 2 días. Nada de contemporizar o preocuparse por la cartera. A TOPE CON LA COPE.
ResponderEliminarCreo Domingo que deberías desmelenarte más, no calcularlo todo al detalle. Es sólo un consejo de tu buen amigo Wilson.
No sé por qué, pero esperaba tu comentario ;).
ResponderEliminarComo siempre, lo entiendes todo al revés, no hablo de la cartera sino que se disfruta más con ciertos lapsus, ya que no se fatiga el apetito (al menos el mío).
Comilonas habituales o puntuales... esa parece la cuestión que se debate. Jummm, quizás esta vez, y sin que sirva de precedente, voy a ponerme a su vera, Sr. Domingo.
ResponderEliminarCreo que las bodas de Caná, los excesos continuos, la reiteración excesiva convierten lo excepcional en rutinario.
¿Quién no derrama una lágrima cuando acude a casa de los padres y se come ese plato que su madre tan especialmente prepara y que hacía tiempo que no degustaba?
Vinos excelentes, entrecottes varios, espumas de zanahoria, hojaldres imposibles,... están muy bien pero recordemos ese refrán tan popular y tan nuestro "todo en exceso, cansa."
Así pues, voy a abrir un tapper de mi madre y a deleitarme saboreando comida "de toda la vida" fuera de la "casa de toda la vida".
Enhorabuena D. Domingo por su post y por su actitud prudente. Y ya puestos, permítame sugerirle que lo que se ahorre por la separación entre homenaje y homenaje lo destine usted a renovar su Opel, que va camino de obtener la placa de "vehículo histórico".... todo sea por su seguridad y la de los demás.
Semper Fidelis. Chacal.