domingo, 27 de febrero de 2011

Un reducto del macho ibérico

En cierta ocasión me acerqué a unos grandes almacenes de recambios de automóviles. Ensimismado como iba, me planté en el mostrador, donde una serie de clientes estaban también esperando a que les atendieran. Entre el ir y el venir de los dependientes, se veía al propietario al teléfono, supongo que con un cliente, porque con el tono de amiguete con el que lo trataba era difícil de descifrar, hasta que soltó, de repente un: “…y te regalo un ambientador de coche que huele a… -órgano femenino que empieza por ch-“. En un primer momento, no le di importancia ya que seguía ensimismado, pero, para sacarme de dudas, porque parece que a su público del mostrador les hizo mucha gracia, lo volvió a repetir a los dos segundos, esta vez a un cliente que estaba a mi lado. Como nunca hay dos sin tres y, digo yo, con la intención que de saliera de dudas de una vez por todas, empezó a revolotear por toda la nave, dando gritos a diestro y siniestro con la descripción olorosa del dichoso ambientador. Casi que tuve que decirle: “entendido, alto y claro y… casi olido”.


Desde luego, pensé, a algunos parece que los utilizó Maslow, como ejemplares de su primer nivel de la Teoría de las Necesidades… sólo tienen la cabeza para pensar en el bebercio, el comercio y el sextercio, y, de ahí, no pasan.


Evidentemente, una vez realizado el encargo, ni se le ocurrió regalarme ningún tipo de esencia.

Uno no es que sea un mojigato y ya está acostumbrado a desayunar, comer y merendar, cinco días a la semana, con sapos, culebras y demás batracios e invertebrados y, en estos casos, suele hacerse el loco, casi en un estado de “ni siente, ni padece”, pero, en ese momento, creo que me quedé bizco y las dos cosas que se me vinieron a la cabeza fueron, “esto debe ser la segunda modernización de Andalucía, de la que tanto hablan” y “me encuentro en el último reducto del macho ibérico”. Todos los tópicos de las películas de Pajares y Esteso, las expresiones de machismo rancio y humor basto y soez, todo en el justo centro de Andalucía, animales de bellota, como dice Reverte, pero con wifi.

domingo, 20 de febrero de 2011

Para cuando me muera o así

Esta semana tratar de un tema tan peliagudo como “5 cosas que quiero hacer antes de morirme”, me ha planteado una seria duda, porque metido de lleno como estoy en el hiperrealismo, pensar y/o desear cosas para el futuro (independientemente de que me salga el de turno contándome que siempre hay que tener un “motor” que nos motive a movernos y pamplinas varias) soy más de actuar con realidades que con quimeras. Podría hablar de viajes: Nueva York, Londres, Córcega; podría hablar de lo me gustaría escribir un libro –risas al fondo-. De igual forma, podría tocar aspectos más íntimos, de mis objetivos laborales –como estoy voy que chuta-, de hipotéticas paternidades y perpetuación de la especie, de mis deseos y anhelos personales –qué dramático suena-, etc, podría, sí, si quisiera, que no quiero, porque de tan personales que pueden ser, no es momento ni lugar para exponerlos.

Pero lo que sí puedo contar es una serie de cosas que me están dando vuelta a la cabeza, cinco cosas que me gustaría llegar a hacer y estas son:

1) Para cuando me muera o así, aprenderé a ser un amo de casa. Aprenderé que la maleta ni se hace ni se deshace sola. Confieso que, para mí, la maleta es una parte más del mobiliario del salón, al estar continuamente moviéndome los fines de semana, un pensamiento lógico -¿quién no lo ha pensado?- ¿para qué voy a deshacer la maleta si lo puedo ir cogiendo a medida que lo necesite?. No me digáis que no es el súmmum de la actitud práctica.
Aprenderé que la limpieza del hogar se hace de forma periódica, no cuando tengas visita, pedazo de cabezón. Confieso también que mi especie y yo, homínidos urbanos salvajes, podemos vivir y desenvolvernos en un ambiente de pseudolimpieza, porque tenemos una táctica: cuando se limpia, nos movemos poco para manchar poco y que perdure el pedazo de trabajo que hayamos hecho –normalmente, ejem, pasar un trapo por encima de los muebles y si puede ser en el intermedio de House, mejón que mejón, que para eso están los intermedios.

2) Para cuando me muera o así, aprenderé a cocinar, que no tiene por qué estar reñido con el anterior punto, que no sólo de pan vive el hombre, ni de las comidas congeladas familiares (que sí, que en cuanto puedo arramblo una fiambrera con lentejas o cocido de casa, que sí), que a todos nos gusta hincar el diente, pero a la hora de mezclar ingredientes hay que saber algo más que encender el horno para hacer, por ejemplo, una urta al horno o hacer una tortilla de patatas –que me los veo venir. Y por muy homínidos que seamos algunos, no hemos vuelto tan atrás como para comernos la carne cruda, ni a cazarla por nuestros medios, aunque haya personajes que les gustaría volver a los tiempos en que la otra “caza” fuera más básica.

3) Para cuando me muera o así, estudiaré otra carrera, dudando entre Mecánica, Literatura y Derecho. La primera, porque es una espina que tengo clavada, la segunda, porque siempre me ha hecho compañía y, la tercera, como un complemento profesional. De esto hablaré la semana que viene, ya que, algunos no entienden que a otros nos pueda dar satisfacción personal el estudiar (y aprobar, por supuesto). Lo malo es que compaginar el estudio y el trabajo es algo excesivo y hay que disponer de una disciplina que, los homínidos como yo, no sabemos qué es, ya que practicamos el “sofaing”, debemos tener el gen de la laremvaguitis, que nos entra un vago en cuanto pasamos el umbral de nuestra casa…

4) Para cuando me muera o así, bajaré a 25 mi hándicap del golf, desde hace unos años llevo dándole a los palitos, no con toda la asiduidad recomendable. El golf es una metáfora de nuestra prehominidad, donde se sustituye la lanza por el palo, palo que no debe ser utilizado contra el compañero, por muy mal que nos caiga y nos esté dando por saco, donde la pieza a conseguir es meter la bola en un hoyo. Normalmente, el jugador medio, va como una bala en dirección al hoyo, para luego, como la vida misma, empezar a dar vueltas y más vueltas hasta que se decide a atinar y se consigue el objetivo.

5) Para cuando me muera o así, volveré a navegar a vela o aprenderé windsurfing, porque una de las cosas que quiero hacer es un velero-picnic, bordeando las costas de Cádiz, o las de Portugal, ir de Cádiz a Reus o circunnavegar una de las islas de las Baleares, salir de un playa y varar en otra, hacer turismo velero-gastronómico. Siempre he estado muy en contacto con la mar y no entiendo vivir lejos de la costa. Una pena que en Antequera no haya, porque sería perfecta.

domingo, 13 de febrero de 2011

Ecoeducación

Esta semana me he enterado, no por no saberlo, sino por la cifra concreta, que 2.400 millones de personas en el mundo no disponen ni de agua corriente ni de electricidad. Si es que no sabemos lo que vale un peine, nada más que cuando nos quedamos sin él.

Imaginaos el trastorno que nos supondría, en nuestro día a día, el tener que lavar a mano, no tener ningún aparato eléctrico o el iluminarse a la luz de las velas. Sí sé que, algunos, optan por un estilo de vida ermitaño y que, otros, hacen retiros más o menos “espirituales” (tonta ella, tonto él) en mitad del monte, pero, la gran mayoría, tenemos asumidas estas comodidades como algo cotidiano e imprescindible (y de obligada existencia, se podría decir).

Así que propuestas e iniciativas como "Vamos a cambiar el mundo", son del todo necesarias, porque hay que empezar por nosotros mismos y nuestro uso de la energía y la escasez de los recursos, para poder transmitir la idea. Para ello, la base está en la educación ecológica. En la educación de los menores y en la re-educación de los mayores. De igual forma que se educa a los niños para evitar que metan los deditos en diversos agujeritos (ver nota 1), lo mismo que se educa a los niños a no poner en práctica la ley de Boyle (ver nota 2), lo mismo, mismito, hay que educar a los niños a tener conciencia ecológica. Pero para ello debemos reeducarnos nosotros también, ya que no se puede enseñar sin saber de lo que se habla, por lo que hay que cambiar los hábitos en el hogar y en el trabajo.
(Nota 1: aunque algunos que peinan canas siguen con sus prospecciones, en fin…
Nota 2: Para el que no lo sepa, la ley de Boyle habla de la compresibilidad de un gas...)

Debemos perder un poco de tiempo para pensar dónde malgastamos papel, agua, energía y otros recursos, y para plantearnos unas normas y unos plazos en las que el cumplimiento sea factible, así como en la revisión de dichas normas y establecimiento de unas nuevas y unos nuevos objetivos. En el fondo no es más que aplicar una auditoría medioambiental a nuestra forma de vivir, consiguiendo, paralelamente, una reducción de costes tanto en la explotación de las empresas como de los hogares.

Ya sé que puede parecer algo utópico, que cómo se puede pretender que tanta gente se ponga de acuerdo, que no todos pueden ser tan metódicos como tú, Domingo, que todo lo mides, lo pesas, analizas y, luego, decides, pero, todo sería empezar por una serie de normas, por no decir un decálogo que podrían ser del tipo: en las energías, utilizar aparatos del tipo A, poner lavadoras en ciclo nocturno, no sobrecargar los frigoríficos, apagar luces y calefacciones en las habitaciones que no haya nadie, modificar los termostatos; en el papel, revisar los sistemas de calidad de las empresas y organismos para reducir el soporte papel apoyándose en soporte informático, el reciclaje selectivo en los hogares; y, en el agua, cerrar grifos abiertos innecesariamente en la higiene dental o el afeitado, reducir la frecuencia del uso del lavavajillas, etc., aunque siempre sin llegar a los extremos en que se nos huela sin estar presentes…

Como digo es algo utópico, aunque deseable, al realizar ese decálogo, se podría buscar un sistema similar al de la cadena de favores en las que los diez o quince contactos que sabemos nos harían algo de caso, hicieran de forma similar o se concienciaran. Porque muchos pocos hacen un mucho.

domingo, 6 de febrero de 2011

Tortilla de patatas

Esta semana toca hablar de un plato, de comer, no de qué se piensa de la comida. Podría hablar de los platos con nombre de libro, que se piensan que cuanto más largo el nombre más rico, pero lo único que consiguen es que sean más caros, de los platos deconstruidos, cuya intención, en vez de dar de comer, es de quitar el hambre, de dar de descomer, pero no, aquí a lo básico, un plato que nos ha dado siempre mucho juego y es la tortilla de patatas.
Los ingredientes son por todos conocidos, patatas, huevo, sal, aceite y cebolla, si se quiere, resultado: tortilla de patatas.
Luego hay tortillas y tortillas, la tortilla excursionista o dominguera, que siempre acaba sabiendo a fiambrera; la tortilla milagrera, que convierte el pan en chicle, aparte de habernos producido el efecto resucitante en mitad en los carnavales y otras fiestas; la tortilla de gasolinera, similar a la del supermercado, que es cualquier cosa menos tortilla; la tortilla gitana, lo que se inventan algunos echando todos los restos habidos y por haber de comidas anteriores; la mejor tortilla es la que nos hacen en casa, que yo sepa, nadie dice que su madre cocina mal, es más, como en casa no se come en ningún lado, así que la tortilla que prefiero, es la de casa.
Lugar aparte, me comentaban el otro día que existe el sorbete de tortilla (lo que no inventen...), la nueva cocina con tanto rizar el rizo, ya no sabe qué hacer, pero habrá gente pa tó, aunque ya son ganas de salirse del tiesto.
Para finalizar, uno de los misterios a resolver es que, con lo sencillo que parece hacer una tortilla, nadie la hace igual. Parece que cada uno la hace como es, así como yo (como este texto), la hago sosa, seca, pero contundente.