martes, 31 de julio de 2012

El quejica


Iba a dedicar este post a meterme con el colectivo de mujeres, tal y como prometí a una de mis admiradoras, admiradora que no sé por qué, porque leerme no me lee, pero, entre que llego estresado y no está ya uno para perder las emocionantes conversaciones que mantiene con las mujeres (básicamente, hola y adiós) mejor que me dedique a otro menester y lo deje aparcado para tranquilidad de mis… admiradoras.

Lo que pasa es que uno lo que quiere ahora mismo es descansar, tranquilidad y tomarse un helado, como para meterse en camisa de once varas con tanta leona que le rodea, y también leones, porque lo que suele ocurrir es que, si no hay problemas, se los inventan y, si los hay, se reproducen de forma endógena (para los acémilas o burretes, que se reproducen solas) y, si no hay, ya nos aparecerá el ofendido de turno a torturarnos con sus reivindicaciones.

Porque aquí el que no reivindica es porque no quiere, estamos rodeados por -¿o somos?- una pandilla de quejicas por doquier, que a ver quién es el pocholo que no se queja, si se trabaja, porque se trabaja y si no, porque no. Si se cobra porque se cobra tarde y/o mal y si no se cobra…ejem, sin comentarios -aparcamos el tema laboral también- . Si hace calor, porque hace calor, si la niña no se comporta, porque la niña…y así hasta la saciedad.

Y se fatiga uno, se fatiga hasta el extremo de que sólo intuir una queja, ya se le crispan los nervios, le pone de mal humor y le bloquea el entendimiento. Y con estos calores, lo que menos se desea es más acaloramiento que, palabrita, frío lo que se dice frío, no hace.

Y si, entre tanta queja, llega algún comentario positivo, está uno tan metido en la inercia de la queja, que piensa que “este o es tonto o se lo hace” (válido en femenino, también) o “qué intereses soterrados puede llegar a ocultar”.

Yo me quejo, lo reconozco, me quejo mucho, pero me quejo a sabiendas de que tengo razón, que siempre la tengo, que aunque quejica, nadie ha dicho que sea incompatible con el ejercicio de la chulería. Lo que pasa es que cada queja significa que existe un problema y, si el problema está en nuestras manos y persistimos en la queja, aparte de llegar a la situación de “este no es que se haga el tonto, es que lo es”, aparte, digo, es que o no nos da la gana de arreglarlo o la solución no nos convence y preferimos guarecernos en la queja y, también, regodearnos en ella (en definitiva, que se es tonto).

Así que, ¿para qué sirve quejarse? Para nada. Además que quejarse, hablar mal de la gente e incidir en aspectos negativos, lo único que va a producir es una mal disposición nuestra hacia las situaciones y las personas (consejo de autoayuda gratuito, de nada).

Aunque la queja tiene su efecto relajante, en el sentido de que es mejor quejarse que empezar a dar guantás, proporciona una vía de escape al quejica y sus incomodidades, sólo que somos los demás quienes tenemos que aguantar el runrún.

Ahora vas…y te quejas.